miércoles, 17 de julio de 2013

Cierro los ojos, y me veo muriendo.

Cierro los ojos de vez en cuando, no lo hago mucho, solo cuando quiero ver con claridad. Cierro los ojos y veo mi vida como en una película, una sucesión casi interminable de cuentos de hadas y pesadillas que olvidar. Cierro los ojos y puedo verme a mí, buscando desesperadamente esa historia, esa emoción que me haga sentir una explosión dentro. Es curioso, esta vez no importa que se trate de una pesadilla, esta vez solo quiero sentir.
Felix y yo hemos tenido unas palabras no hace mucho, y me ha hecho pensar, estuvo bien oír su voz, saber que aun se acuerda algo de mí.
Fue precioso, precioso hasta el punto de que soy incapaz de no pertenecer a ese momento, de no estar atada a él. Los años han pasado y ninguna historia, ningún punto de inflexión en mi vida ha podido remplazar todo lo que aquello significó. Y tengo la necesidad de encontrarlo, de sentirme así.
Historias con fecha de caducidad, amores de verano, tus 15 minutos de gloria... Es como las dos horas de una película, empieza por casualidad, os conocéis y no os dais tiempo, saltan chispas desde el primer momento, te preguntas si de verdad está pasando, si es real. Si, lo es. Y pasan los días, cada segundo más intenso, una relación de años embotellada en unos pocos días, y es precioso.
Pero sabes que se va a acabar, volveréis a casa, sonara la música que acompaña a los créditos finales y todo habrá sido esa clase de sueños de los que odias despertarte. No hay dolor más intenso que el que sientes cuando algo que amas se acaba, cuando alguien que quieres se va.
Quiero enfrentarme de nuevo a eso, quiero sentir esa euforia, ese dolor. Quiero amar a kilómetros, quiero sentirme viva.
Quiero equivocarme, y por encima de todo, quiero dar ese beso que lleva dos años en mis labios esperando poder ponerle el punto a aquel cuento de hadas.
Quiero sentirme viva, quiero equivocarme y saber que en cualquier momento me tocará sufrir.
Quiero sentirme viva.